sábado, 20 de junio de 2009

EL DESMORONAMIENTO DE UNA VIDA EJEMPLAR




Por Tal Pinto

No son pocos los que aseguran, de forma tajante y hasta algo pomposa, que la literatura norteamericana contemporánea se ha convertido en un teatro de epígonos con escaso talento e imaginación. La obra de escritores como Richard Ford y Charles Baxter le garantiza cierta veracidad a esta apreciación, pero la de Denis Johnson y Aleksander Hemon (criminalmente ignorados por acá) falsea un juicio tan totalizador y dogmático. Ni John Irving, un escritor cordialmente decimonónico, o la perversa A. M. Homes, o incluso el popular Palahniuk, y qué decir de Easton Ellis, han logrado sacudirse el manto de sus grandes mayores: James, Hemingway, Cheever y Bellow (y tal vez John Updike), todos hoy muertos.



A esa lista de mayores (que directamente no incluye a Poe, Hawthorne, Melville y tantos otros escritores de generaciones anteriores, ni a la descomunal e interminable cantidad de poetas, ni a Nabokov) se le debe añadir el nombre de un escritor que sigue vivo, sigue escribiendo, y lo sigue haciendo con tanto tino y destreza como hace cincuenta años. Philip Roth (1933) en “Indignación” vuelve a hacer lo que ha hecho en una veintena de novelas: criticar las instituciones más sólidas de la sociedad norteamericana desde la perspectiva de un individuo convulso, libidinoso y completamente fallado.

En esta novela el individuo en cuestión es Markus Messner, un joven de 19 años, hijo único de un carnicero judío, que vive, como no podía ser de otra manera, en Newark, New Jersey. Hijo correcto y estudiante modelo, su vida ejemplar se desmorona cuando decide entrar a la universidad. Es 1951, Estados Unidos está en guerra con Corea, y todo hombre de 18 años o más que no estudie es material de reclutamiento. Esa posibilidad trastorna a su padre, un hombre hasta ahí medido y sereno. El miedo se apodera de él de tal manera que no puede dejar solo ni a luz ni a sombra a Markus, quien determina alejarse del hogar familiar y trasladarse a Winesburg, Ohio, a estudiar en una universidad del Midwest americano, es decir, más pechoña que liberal, y dejar así atrás las pugnas “irracionales”, como él afirma, con su padre.

Es desde ese momento que “Indignación” se convierte en una farsa de proporciones trágicas. Las escenas de angustia sexual, nunca frías, casi siempre cómicas, que todo lector de Roth vaticina, ocurren en Winesburg. La bipolar Olivia Hutton, generosa experta en fellatios, será el objeto de su deseo. Habrá, como también todo lector de Roth puede adivinar, una enfermedad, un malestar físico desde el que irradia la angustia. Markus, para quien las universidades se resumían en sus equipos de fútbol americano, ha caído en la antítesis de la multicultural y pujante costa Este. Es también esta universidad el lugar donde su indignación llegará al límite, según él, de lo humano, donde nadie lo deja vivir en paz. Pero es sobre todo el espacio de la tragedia. El miedo de Markus es casi palpable. Teme ser reclutado, teme que sus padres se divorcien, teme la liberación sexual de una mujer, teme, en suma, por su vida. Y ese miedo tendrá repercusiones trágicas en la medida que, como Edipo, Markus no puede dejar de ser sí mismo, y al serlo, se condena.

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